PERO QUà personaje mås grande fue Juan Ramón Jiménez, mezcla de fascinante y mal bicho. En el Borges de Bioy Casares, Francisco Ayala hace un parlamento sobre él que no tiene desperdicio:
Jueves, 16 de agosto de 1956. Por la noche, comen en casa Borges, Francisco Ayala y Lisi justo. Ayala refiere que Juan RamĂłn JimĂ©nez ha desarrollado Ășltimamente a tal punto su olfato que de pronto dice: «AhĂ viene GĂłmez con sus botas», y efectivamente, a los diez minutos llega GĂłmez, con sus botas de cuero de Rusia. Ayala: «Al Ășnico colega que soporta es a su enemigo, don Federico de OnĂs. Lo soporta —o lo soportaba— porque no huele a jabĂłn. Cuando supo esto OnĂs, tomĂł una determinaciĂłn heroica y se bañó. El olfato de Juan RamĂłn se extiende hasta lo inconcebible. Uno lo llama por telĂ©fono. El poeta se queja: “¿No sabe usted lo malo que me pone el cigarro?”. “¿Pero por telĂ©fono, Juan RamĂłn?”. “A ver, no me va a decir que usted no estĂĄ fumando”. Y efectivamente, uno estĂĄ fumando. Ya no dicta clases, lo que es un alivio para la Universidad. EmpezĂł con mucho empuje, queriendo dar dos cursos, uno de poĂ©tica y otro de Historia literaria. En ambos dio siempre la misma clase, en que atacaba a la misma gente: “¿AzorĂn? Buen sinvergĂŒenza es AzorĂn. Un vendido. ¿Y Unamuno? Un genuflexo. ¿Y el delicado poeta Antonio Machado? Un hombre que vivĂa en medio de la mugre. Como nunca en la vida se habĂa descalzado, la suela y las plantas de los pies se le habĂan unido. Estaba herrado y caminaba como un ĂĄnade”».
Y unos meses después, tras recibir Juan Ramón Jiménez el premio Nobel, Borges recuerda sus maledicencias, mira quién habló:
SĂĄbado, 27 de octubre de 1956. Hablamos del Premio Nobel, [...] Borges recuerda que hablaba mal de casi todos sus compatriotas: «DecĂa: “No se podĂa visitar a PĂ©rez de Ayala. TenĂa la casa adornada con jamones y chorizos”, o: “No se podĂa visitar a AzorĂn. TenĂa en la mesa de luz un cenicero con un Quijote de metal, de cincuenta centĂmetros de alto”, o: “En casa de Antonio Machado no pude sentarme en la silla que Ă©ste me ofrecĂa porque en ella habĂa quedado olvidado, de varios dĂas probablemente, un huevo frito”».