ME DOY los próximos veinte años para escribir algo en agradecimiento y reparación de Francisco Umbral, autor que en su día fue de mis favoritos y ahora lo rechazo de forma vergonzosa. Con los escritores siempre me sucede lo mismo: los leo, los releo, me gustan, los quiero, los amo, los violo, los ordeño y, de pronto, una vez que ya he extraído todo el oro de su mina, el boomerang gira y ya no los amo tanto, qué digo ni siquiera los quiero, qué digo ni siquiera me gustan, qué digo ¡de pronto me parecen malos, me siento estafado, hasta les pido que me devuelvan todas las horas que perdí con ellos!

Este círculo vicioso tiene que terminar YA. A mi edad ya tendría que haberme dado cuenta de que mis verdaderos amigos son los escritores muertos. Y a los amigos no se les puede tratar como yo les trato. No solo a Umbral: también a Brecht, Lorca, Platón, Cioran, Bukowski, Suetonio, Rubén Darío o Blas de Otero debería hacerles un desagravio. A Nietzsche no porque él conoce muy bien que lo sigo amando: lo que pasa es que en su caso mi manera de amar no excluye llamarle hijodeputa de vez en cuando.