EN TIEMPO de canallas, de Lillian Hellman, libro-denuncia sobre la caza de brujas del macartismo, se puede leer sobre Gary Cooper:
A Gary Cooper, por ejemplo, se le preguntó, en el tono más deferente y amistoso posible, si había mucha propaganda comunista en los guiones que le sometían. Cooper, como hombre a quien pocas veces en su vida se le había pedido que hablara, lo pensó un buen rato y contestó que no, que no le parecía que la había, pero que tampoco podía estar muy seguro, pues acostumbraba a leer sus guiones de noche. Esta respuesta desconcertante causó risas por todo el país; la imagen de Cooper frente al público estadounidense podría verse afectada por semejante desliz.
No entiendo las risas. Yo también encuentro una gran diferencia entre leer de noche o de día: noto más intensidad y confusión por la noche (a menudo no entiendo por el día lo que quise escribir por la noche). Esa diferencia, además, no es tan rara como parece. En La insoportable levedad del ser, de Kundera, se lee este fragmento:
—Allí fue donde empecé a dividir los libros en diurnos y nocturnos. De verdad que hay libros que sólo se pueden leer por la noche.
Todos manifestaban un asombro admirativo, menos el escultor que seguía apretando su dedo y tenía la cara llena de arrugas por el desagradable recuerdo. Marie-Claude se dirigió a él:
—¿Qué categoría le adjudicarías a Stendhal?
El escultor no prestaba atención y se encogió de hombros sin saber qué responder. El crítico de arte que estaba a su lado manifestó que a su juicio Stendhal era una lectura diurna. Marie-Claude hizo un gesto de negación con la cabeza y afirmó con voz sonora:
—Te equivocas. ¡No, no, no, te equivocas! ¡Stendhal es un autor nocturno!