EN EL documental Cómo los griegos cambiaron el mundo, se dice que los vencedores en los Juegos Olímpicos recibían una corona de laurel y se aseguraban “la fama eterna”. El documental olvida (es un documental divulgativo sencillo, tampoco hay que pedirle más) que el concepto “fama eterna” de los griegos y los romanos era diferente al que manejamos hoy: para ellos se reducía a los límites espaciales del mundo grecolatino y la duración también estaba reducida al tiempo que sobrevivieran esas civilizaciones. En el caso de los romanos se advierte de modo muy claro. Escribe Virgilio, los subrayados son míos:
Pareja de afortunados: si algo valen mis versos, ningún día os alejará jamás del recuerdo de la posteridad en tanto la estirpe de Eneas habite la colina inconmovible del Capitolio y los padres de Roma posean el imperio.
Y dice Horacio en sus Odas:
No moriré yo del todo y gran parte de mí escapará a Libitina. Sin cesar creceré renovado por la celebridad que me espera, mientras al Capitolio suba el pontífice con la callada virgen.
Y Ovidio, en sus Metamorfosis:
Mi nombre será imborrable y, por donde se extiende el poderío romano sobre las domeñadas tierras, seré leído por la boca del pueblo, y a lo largo de todos los siglos, gracias a la fama, si algo de verdad tienen los vaticinios de los poetas, VIVIRÉ.
Si Virgilio, Horacio u Ovidio se levantaran de sus tumbas y vieran que el Imperio romano desapareció hace 1500 años y ellos siguen siendo leídos no solo en los límites de ese territorio, sino también en Sudáfrica o en Suecia o en China, se quedarían muy sorprendidos. La fama de muchos griegos y romanos ha trascendido su propia civilización, si bien no se ha mantenido por igual en todos los gremios. El atleta Milón de Crotona fue en vida mucho más famoso que Pitágoras, que por cierto era su suegro, pero después de 2500 años casi nadie sabe quién fue Milón de Crotona y, en cambio, cualquiera que tenga un mínimo interés por la cultura sabe quién es Pitágoras. Sucede que la fama “eterna” de que disfrutan los ídolos deportivos abarca unas décadas, quizá cien años; la de los grandes poetas, filósofos y estadistas, en cambio, es una fama que no se detiene.