LAS EDICIONES en español de los excelentes diarios de Gide y Léautaud no abarcan ni el 10% del texto de los originales franceses: ¿lo tenemos que lamentar o celebrar? Hace cinco años me leí el epistolario de Simone de Beauvoir a Nelson Algren y me quedé sorprendido por un consejo que daba la filósofa francesa a su “amor contingente”: “En Estados Unidos han traducido el Diario de Gide, un libro larguísimo y tedioso, sobre todo para los lectores norteamericanos, que no sabrán de qué habla: se refiere de continuo a muchos franceses en modo alguno conocidos, y comenta asuntos muy franceses que seguramente no te han de interesar”. Y ahora descubro en El vuelo mágico y otros ensayos, de Mircea Eliade, este fragmento que me hace sospechar también del diario de Léautaud, me refiero al mamotreto original: 
Léautaud no admitía que se pudiera escribir por algo más que dar gusto a la pluma. Toda corrección, todo añadido, toda eliminación, le parecía funesta para la espontaneidad y la autenticidad de un Diario. Se escribe cada noche tanto y como uno puede, y después, si uno decide publicar su Diario, hay que publicarlo todo, sin corregir ni intentar mejorar el texto. […] Sin embargo, hoy podemos comprobar el resultado del “método Léautaud”: las diez o doce mil páginas de su Journal integral son en gran parte decepcionantes, y algunas veces triviales. Sería necesaria una antología de 600 o 700 páginas para restablecer el prestigio literario de Paul Léautaud. Su famosa prosa “natural”, “espontánea”, “libre de toda inhibición”, no ha conseguido mantener un esfuerzo continuo de cincuenta años. De esa masa enorme de papel ennegrecido, queda la prolijidad, la mediocridad del escritor; en resumidas cuentas, la pobreza espiritual de ese misántropo convertido casi en leyenda.