ESCRIBE CIORAN en sus Cuadernos:
Ayer, en el hospital, esperé mi turno durante dos largas horas. Dos ancianas parloteaban a mi lado. Esas inmundas charlatanas quieren también vivir, se empeñan en durar, cuando, en realidad, su existencia no es indispensable y carece del menor sentido. Resulta increíble que Raskolnikov, después de cometer su saludable acto, se vea enredado, no en el remordimiento, sino en cierto malestar y confusión.
A esto es lo que llamo escritor de fogueo, escritor que se emborracha con la pluma y se pone a decir salvajadas (pues salvajada o algo peor es quien frivoliza con asesinar a una persona, a cualquier persona) con el fin de dárselas de terrible o maldito o blablabla. Las burradas de Cioran a veces me divierten y a veces las paso por alto, pero hoy no me da la gana. Otro tanto me sucede con escritores como Rimbaud, Nietzsche o Bukowski, verdaderos samurais de la pluma que nunca dieron un problema a nadie fuera del papel. En el caso de Cioran hablamos de un joven fascista, simpatizante de la Guardia de Hierro rumana, que en su primera entrevista en París declaró: “Hitler es el único político que me interesa”. Cuando llegó el mayo del 68 cargó contra los estudiantes: “Por culpa de ellos me cerraron el comedor de la Sorbona, donde se comía muy barato”. Se pasó cincuenta años y treinta libros diciendo que la única salida digna era el suicidio, pero murió a los 84 de enfermedad natural y lleno de fama y seguidores, pues hubo miles de sandios que se tomaron en serio su pose de transgresor. Ese era Cioran.