DICE GEORGE Eliot: “Me repugna la autobiografía, a menos que pueda escribirse sin autoglorificarse ni acusar a otros”. Hace años escribí en alguno de los miles de tuits con que he aburrido al personal que las autobiografías deberían llamarse autogloriografías, aunque en algunos casos (pienso en partes de la de Rousseau, por ejemplo, o la de Viktor E. Frankl, o la de Linda Lovelace) también hay espacio para el arrepentimiento y la autoflagelación. Lo que pide George Eliot es complicado, porque solo un budista podría escribir una como las que ella pide, y los budistas no tocan ese género porque han matado su ego; recuérdese que Gandhi, cuando emprendió la suya, tuvo que dar prolijas explicaciones a sus más próximos, que le reprochaban que “las autobiografías son cosa de occidentales”. Me atrevería a decir, incluso, que es más fácil evitar la autoglorificación que ajustar cuentas con los demás: esa es la razón de que García Márquez, que escribió el primer tomo de la suya, Vivir para contarla, sobre sus años de niñez, se negó a continuar “porque en los años siguientes comienza a aparecer gente famosa y me va a ser imposible no decir cosas desagradables".