EJEMPLO DE hasta qué punto los escritores sobrevaloran la importancia de los grandes hombres que hacen la historia es el Nietzsche de Más allá del bien y el mal, donde escribe:
La historia de la influencia de Napoleón es casi la historia de la felicidad superior alcanzada por todo este siglo en sus hombres y en sus instantes más valiosos.
El problema seminal de las últimas obras de Nietzsche es la exageración. ¿Un tío que gobernó Francia durante solo quince años fue la feliz inspiración de todas las mentes más valiosas del mundo durante cien años? ¿No ha pensado usted, señor Nietzsche, que quizá existieron también mentes valiosas a quienes el genocida corso hizo infelices (Chateaubriand) o les causó indiferencia (Jane Austen) o ni siquiera oyeron hablar de él?

Y conste que a mí no me gusta que el hombre sea un ser cobarde y aburrido y egoísta y rebañiego, que son las definiciones que me parece que mejor se ajustan a él. Yo soy una partidaria de la intensidad, no del ovejerío, pero abogo por una intensidad que no sea belicosa ni agresiva ni jerárquica, una intensidad que no se erija contra el otro ni lo pisotee.