VAYA ENMIENDA a la totalidad que le hacen a Onfray estos dos historiadores franceses, Elisabeth Roudinesco y Guillaume Mazeau, en una larga entrevista publicada en Le Grand Continent. Que Onfray no es un gran filósofo es obvio, y la prueba máxima es que ya tuviera publicados más de cien libros antes de cumplir los cincuenta años. Por otra parte, pertenece a ese género de filósofos que busca los argumentos con las conclusiones ya tomadas de antemano, como hacen tantos, y no tiene empacho en dar crédito a fuentes poco fiables (por ejemplo a Diógenes Laercio, que es la Radio Bemba de la antigüedad). Otro defecto que se ve a primera vista es que sus odios son más apasionados que sus amores: odia a Platón por encima de lo que ama a Epicuro; odia a Voltaire por encima de lo que ama a Meslier; odia a Kant por encima de lo que ama a Nietzsche (sí, por desgracia ama a Nietzsche); odia a Marx por encima de lo que ama a Bakunin o Stirner; odia a Sartre/Beauvoir por encima de lo que ama a Camus, etc. Sin embargo, Onfray es un profesor y divulgador excelente, un todólogo o superperiodista de la filosofía, ideal para personas como yo, que no queremos especializarnos en ese campo, además de un resentido social de primera magnitud, elemento este último que reconozco al segundo y me hace sentir simpatía por él. Por otra parte, su contrahistoria de la filosofía, donde privilegia las corrientes materialistas, hedonistas y utópicas frente a las trascendentales, rigoristas y autoritarias, me parece puro oro, un trabajo mayúsculo y a la contra que le garantiza desde ya un lugar en el futuro.