LO QUE llegó a ser el teatro en otras épocas, las pasiones que alimentaba, es algo que no se entiende en nuestros días. La narración que hace Herrero de Miguel, en su biografía de Victor Hugo, del estreno del drama Hernani, más conocido por La batalla de Hernani, es más propia de una crónica de guerra o de un relato radiofónico de fútbol:
Las huestes románticas llegaron a constituir un total de cuatrocientos jóvenes dispuestos a defender el drama y a dejarse hacer pedazos por la victoria de la nueva escuela. Los jefes de la tribu, responsables de las falanges a su mando, eran Gerard de Nerval, Luis Boulanger, Charles Nodier, Teophile Gautier, Emile Deschamps, los hermanos Deveria, Ernest de Saxe-Coburg, Celestin Nanteuil, etc. Cada uno de ellos iba provisto de hojitas cuadradas de papel rojo sobre las que el maestro tuvo la ocurrencia de imprimir en castellano la palabra hierro. Esta contraseña, símbolo quizá del duro castigo que esperaba a los partidarios del clasicismo, debía servirles para entrar en el teatro y en cierto modo de signo de reconocimiento.Ya en plena polémica, llegó el memorable día 25 de febrero de 1830. Los anuncios llamativos de Hernani o el honor castellano, drama nuevo en cinco actos y en verso, reavivaron las pasiones, ya sobreexcitadas en extremo, y la curiosidad de París. Los soldados del romanticismo ardían de impaciencia. Su general en jefe, es decir, Victor Hugo, para mejor combinar el plan estratégico y asegurar el orden de batalla, pidió que les dejasen entrar en el teatro antes que el público. Y como lo consiguiera, dándole de plazo hasta las tres, hora en que la gente comenzaba a formar cola, las greñudas tropas pudieron tomar posiciones a sus anchas, entrando por la calle de Valois.El primer acto, bien representado, acabó con aplausos unánimes. La técnica nueva de algunos versos del segundo prende la chispa de la discordia. Los palcos y las butacas de orquesta protestaron. La tempestad estalló de repente en la escena de los retratos. La mayor parte de los espectadores promovieron, durante cerca de un cuarto de hora, un griterío infernal. Más los frenéticos aplausos de las huestes románticas se impusieron al tumulto y el drama pudo llegar al monólogo de Carlos V, en el cuarto acto, que decidió el triunfo. A partir de este largo monólogo, todo el teatro, incluyendo los palcos, se unieron a las delirantes aclamaciones que saludaron el nombre del autor. Hernani había vencido.