ME ENTRA la risa con el rechazo al cubo que experimentaban Borges y Bioy por el surrealismo, rechazo que no les salió barato, al menos a Borges, pues es una de las razones de que se quedara en un poeta menor, de que sus poemas se ahoguen de simetría y lucidez. Escribe Bioy en su Borges:
Jueves, 16 de octubre [de 1952]. Pensando en Éluard, en Breton, en Queneau, en Michaux, en Supervielle y tantos otros jefes de la literatura. ¿Cómo sería el futuro de conversaciones con personas que hablan en serio de Fargue, que encaran el bicornuto dilema de elegir entre Aragon y Prévert, que imaginan que solo hay tres posibilidades: catolicismo, comunismo, surrealismo? Como decía Borges la otra noche, las dos primeras doctrinas permiten, por lo menos, la redacción de libros; los franceses parecen no haber advertido que el surrealismo, valga lo que valga la teoría, impide en la práctica la producción de páginas legibles. Borges me dijo también: ¿Qué pensará la señora David-Neel, que conoce el oficio de componer libros aceptables, de personajes como Breton o como Éluard?