Los poetas bárbaros golpean las puertas de Roma


La vuelta de los cazurros. En Poesía juglaresca y juglares, Menéndez Pidal escribe sobre la figura de los cazurros, cuyos miembros iban por las plazas cantando versos imperfectos que no atendían a las reglas ni al recato religioso, solo preocupados por divertir a la gente, y que luego se iban a las tabernas a gastarse el dinero que habían ganado. Los cazurros, situados en la escala del prestigio por debajo de los juglares y los trovadores, no solo componían versos o los cantaban, sino que además danzaban, representaban con títeres, hacían juegos con monos o hasta practicaban el famoso número de la cabra, que consiste en hacer bailar a una cabra al compás de una música, y que me entero por este libro que ya se practicaba hace ocho siglos. Pero he aquí que aparece un juglar, un tal Giraldo Riquier, que, indignado por la falta de técnica, la mezcla circense, el poco respeto a la santidad y los garrafones de vino que se bebían los cazurros, los denuncia en una carta al rey Alfonso X, pidiéndole que intervenga para que solo sean considerados juglares aquellos que conozcan las reglas, respeten la Biblia y reciten en los palacios o lugares "nobles". Alfonso X accede a ello y publica una declaración en 1275 donde establece quiénes son los juglares con mayúsculas. Y aquí es donde a mí me ha entrado la risa, al darme cuenta de que, a pesar de que la intolerancia contra los poetas silvestres es una historia ya muy larga y los poetísimos hacen lo que pueden por exterminarlos, los poetas cazurros siempre consiguen regresar. Tanto en el Libro de Alexandre como en los Milagros de Nuestra Señora, de Gonzalo de Berceo, o en el Libro del Buen Amor, del Arcipreste de Hita, sus autores comienzan reivindicando su maestría técnica, su condición de poetas de clerecía, y arremeten contra los poetas que no conocen las reglas. Durante ocho siglos, la poesía española se las ha venido arreglando para mantener lejos a los cazurros, y todavía hoy, el tridente comprendido por media docena de premios, tres o cuatro editoriales y tres o cuatro suplementos literarios trata de mantener el tinglado mientras los bárbaros golpean contra las puertas. Resulta que ha llegado Internet. Sí. Y se dice que ha sido ella la que ha creado una raza de poetas que, con una pata en la prosa, otra en el micrófono y otra en la canción de autor, se dedican a escribir poemas imperfectos que versan sobre sus propias vidas. Pero no es cierto que Internet los haya “creado”. No. Esos poetas han existido siempre. Lo que ocurre es que fueron marginados, despreciados y hasta perseguidos, y ahora Internet los ha vuelto a hacer visibles. Pero no son de ahora sino que vienen de muy lejos. Son los nuevos cazurros.