AL COMIENZO de su Diario de otoño, en anotación del 13 de enero de 1996, Salvador Pániker hace un catálogo de las distintas maneras de escribir de algunos escritores célebres:
Juan Carlos Onetti escribía con bolígrafo sobre agendas; Pablo Neruda a mano y con tinta verde; Jack Kerouac sobre un rollo de papel sin fin. Paul Auster sólo usa lápiz. Günter Grass utiliza la Olivetti-Lettera sobre soportes altos porque trabaja siempre de pie. Graham Greene se ponía a la faena de mañana, no sé si a pluma o a máquina, antes de la hora de la sensualidad y el whisky: sobre unas treinta líneas en los días fértiles. Hemingway escribía los diálogos de sus novelas a mano (con lápices recién afilados), las descripciones a máquina, de pie frente a un atril. Azorín se ponía a trabajar al alba, dicen que a máquina. Nabokov tomaba notas en tarjetas de 3 por 5 pulgadas, que luego su mujer pasaba a máquina. W. H. Auden solía meterse en faena tapando previamente las ventanas de su apartamento con lienzos negros. Husserl escribía en taquigrafía, y sus textos eran difíciles de descifrar. John Keats se ataviaba con sus mejores ropas antes de sentarse a componer un poema. Truman Capote trabajaba en posición horizontal, Virginia Woolf lo hacía de pie, Voltaire sobre la espalda desnuda de su amante.