AL ESTADO le gustan mucho los poetas muertos. Pero le gustan más unos que otros. Los que más le gustan son los que estuvieron más cerca del sentido colectivo/uniformado de la existencia, por eso acude tanto a Lorca, a Machado, a Alberti, a Hernández… y mucho menos a quienes no se dejaron utilizar: cada vez que aparece un poeta raro, al que no le interesa la realidad circundante (Góngora) o va decididamente contra ella (Cernuda), el estado no sabe qué hacer.