LO GRAVE de que Gabriel Aresti fuera un lacayo de Euskadi o Antonio Machado un lacayo de España no es que pusieran su poesía al servicio de un colectivo, sino que la pusieron al servicio del colectivo más excluyente de todos, el de la patria. Que hoy miles de inmigrantes suspendan su examen de nacionalidad porque no saben decir “el metro en que se escribió el Romancero Gitano” o “el título de tres libros de Rafael Alberti” es como para clamar al cielo. ¡Los poetas españoles, utilizados para arruinar vidas! ¡Como si fuera necesario para vivir en España haber leído a la Generación del 27! Cuando venga la post-Euskadi y la post-España habrá que hacer un nuevo donoso escrutinio: habrá que denunciar a los poetas que se vendieron a la serpiente nosotrista o celebrar a quienes, como Cernuda o Juan Ramón Jiménez, conservaron su independencia.