LA IMANTACIÓN de Lorca la comprendo, porque yo mismo la disfruté de adolescente y hasta me compré su obra completa en la edición de García-Posada: su influencia clamorosa se puede rastrear entre mis propios engendros. Oído musical aparte (uno de los mejores del idioma), el truco de Lorca es mezclar alta literatura con lo más populachero, es como mezclar a Huidobro con Gabriel y Galán. Lorca es capaz de empezar un poema así: 
No te conoce el toro ni la higuera,
ni caballos ni hormigas de tu casa.
Y luego, cuando lo va terminando, dice:
Tardará mucho tiempo en nacer, si es que nace,
un andaluz tan claro, tan rico de aventura.
O sea, ¡cambia el registro y se pone a escribir como un redactor del Marca! De cosas así Lorca está lleno. Tú te lees "Las elegías de Duino" rilkeanas con 18 años y no pillas ni media palabra; pero te lees "Poeta en Nueva York" y te enteras de todo, aunque el lenguaje parezca surrealista, porque Lorca siempre te deja lugares figurativos en los que apoyarte. Reconozco que su escritura tiene "encanto" o "ángel" o "duende", como decía él, pero también sostengo que todos los escritores de la literatura universal de los que se dice que tienen "encanto" (Stevenson, Cortázar, Lichtenberg, Hesse, Renard, Pizarnik, Monterroso, Saint-Exupéry, Gómez de la Serna, Prévert, Bukowski...), siendo excelentes, no son escritores mayores, de esos que juegan todos los años en la Champions League, sino autores donde existe una mezcla entre lo culto y lo naïf, lo adulto y lo infantil, lo sólido y lo gaseoso. De los grandes transatlánticos de la literatura (Homero, Dante, Shakespeare, Cervantes, Dostoyevski...) nadie dice que tienen "duende" sino algo mucho más poderoso: son escritores que te cogen de los pelos y te arrastran de principio a fin del libro. ¡Duendecitos a Balzac, Whitman, Borges, Hugo, Nietzsche, Proust, Tolstói o Plutarco!