EL PROBLEMA de Borges, si es que se puede encontrar un problema en el escritor en español más grande desde Quevedo, es que es una maquinaria: Borges acude al ensayo, el relato o el poema de la misma manera, con las mismas manieras, no distingue bien entre ellos. A este respecto, dijo en una entrevista: “Si la primera frase que escribo es un endecasílabo o un alejandrino, decido que el texto va a ser un poema; en caso contrario, escribo un relato”. Me pareció una explicación muy pobre, pero que ilustra la falta de tigre, la galopante ausencia de asimetrías en su obra: Borges es una inteligencia y una fantasía pasmosas… que circulan por unos raíles cartesianos. Aunque en su juventud abrazó el ultraísmo, pronto descreyó de las vanguardias; y todas sus páginas están permeadas por un rechazo instintivo de lo aleatorio (dadaísmo y surrealismo), consecuencia del animal conservador que era, tanto como escritor que como persona. Cuántas veces he pensado: ¡si Borges hubiera tenido unas gotas de locura como las de César Vallejo u Oliverio Girondo! Pero es en vano, porque las rechazó adrede: a Girondo siempre lo despreció y de Vallejo, que yo sepa, no opinó ni escribió una sola vez en toda su vida, él que no dejó de escribir ni opinar sobre todos…