Escribe Kapuscinski en Lapidarium IV:
Cuando hice mis primeros viajes a África, en los años cincuenta y sesenta, la presencia de europeos era muy visible e importante. Hoy ya no lo es tanto. Tampoco existen sus instituciones. África ha vuelto a ser muy africana. Han vuelto la mentalidad y las costumbres de antaño. A veces nos saca de quicio el hecho de que allí nadie tiene sentido del tiempo, que nadie presta atención al reloj. Cuando alguien queda en encontrarse con alguien, aparece a la hora en la que consigue llegar. África es así.
Los africanos, en cambio, lo deben ver de forma distinta, como dice ese proverbio muy extendido por el continente: "Todos los hombres blancos tienen reloj, pero nunca tienen tiempo". Tampoco este defecto o virtud de no valorar el segundero es propiedad de los africanos, sino que está muy repartido por el mundo. George Orwell, por ejemplo, se lo aplica a los españoles en Homenaje a Catalunya:
Los extranjeros que servían en la milicia empleaban su primera semana en aprender a amar a los españoles y en exasperarse ante algunas de sus características. En el frente, mi propia exasperación alcanzó algunas veces el nivel de la furia. Los españoles son buenos para muchas cosas, pero no para hacer la guerra. Los extranjeros se sienten consternados por igual ante su ineficacia, sobre todo ante su enloquecedora impuntualidad. La única palabra española que ningún extranjero puede dejar de aprender es mañana. Toda vez que resulta humanamente posible, los asuntos de hoy se postergan para mañana; sobre esto, incluso los españoles hacen bromas. Nada en España, desde una comida hasta una batalla, tiene lugar a la hora señalada. Como regla general, las cosas ocurren demasiado tarde, pero, ocasionalmente —de modo que uno ni siquiera puede confiar en esa costumbre—, acontecen demasiado temprano. Un tren que debe partir a las ocho, normalmente lo hace en cualquier momento entre las nueve y las diez, pero quizá una vez por semana, gracias a algún capricho del maquinista sale a las siete y media. Tales cosas pueden resultar un poquito pesadas. En teoría, admiro a los españoles por no compartir la neurosis del tiempo, típica de los hombres del norte; pero, por desgracia, ocurre que yo mismo la comparto.