LA ADVERTENCIA famosa de Unamuno a los diaristas, la de que se cuiden de no invertir el proceso de escritura y, en lugar de llevar un diario para escribir sus vidas, acaben viviendo para escribir en sus diarios, es una advertencia válida también para los otros géneros autobiográficos de la literatura: cuídese el poeta de no falsificarse para salir guapo en el poema, cuídese el articulista, cuídese el memorialista. Pero siendo un consejo nutritivo, no deberíamos llevarlo al extremo, pues en la literatura lo genuino, lo natural o lo verdadero nunca pueden ser completos al ciento por ciento. El propio lenguaje es algo aprendido; la literatura, un palimpsesto; la escritura y el alfabeto, dos invenciones: es inevitable que se nos cuele un porcentaje de artificialidad en nuestros escritos. Si comenzáramos una batalla por ver quién es el más puro, el más natural o el más sincero, podría aparecer algún aborigen de una tribu perdida y decirnos: “Más puro y auténtico soy yo, que ni sé leer, ni sé escribir y se me está olvidando hablar”.