SOSTENÍA SCOTT Fitzgerald que el alcohol no perjudicaba a los cuentistas pero sí a los novelistas, porque les hacía olvidar la estructura de la obra, su mirada panorámica. Esta opinión me parece del todo acertada si se la aplicamos a Bukowski, excelente en sus cuentos y sin embargo mediano en sus novelas, llenas de repeticiones de borracho, donde apuesto doble a sencillo a que ni siquiera revisaba lo que había escrito el día anterior. Se me objetará que Bukowski tiene una novela autobiográfica que es una obra maestra, La senda del perdedor, pero resulta que la escribió sin beber una gota, en 1982, ya sesentón, en una de esas raras épocas donde hizo caso a los consejos de su médico. “Ahí me di cuenta”, declaró más tarde, “de que no necesitaba beber para escribir”.