BAROJA ERA un hombre que padecía de bulimia opinadora y habló mal de todos sus contemporáneos salvo de Azorín, que era su amigo, pero leyendo las memorias de Zamacois, Un hombre que se va…, descubro que también, TAMBIÉN hablaba mal de Azorín. Escribe Zamacois:
Ninguna figura más opuesta a la de Baroja que la de Azorín: gentleman perfecto, alto, tieso, mudo, enigmático, recién planchado todo él de pies a cabeza. A esto y a su terminante desemejanza espiritual, atribuyo su estrecha amistad. Para los dos, juntarse era completarse. Porque si Azorín, hermético como Arpócrates –el dios egipcio del silencio– gustaba de que alguien le hablase, a don Pío, que no sabía estarse callado, le era indispensable que alguien le oyese. Una vez, sin embargo, Baroja me preguntó con la ansiedad de quien necesita desvanecer una duda:
–¿Cree usted que Azorín tiene talento?...
Interrogación inconcebible en boca de don Pío.
–Yo creo que sí –repuse.
Se haló de la barba, se encogió de hombros, y me dijo con ademán desganado:
–Pues, yo creo que no, porque quien tiene algo en la cabeza lo echa fuera, lo dice, y Azorín nunca dice nada.