NUNCA REPETIRÉ las suficientes veces lo importante que es dejar pasar unos minutos entre poema y poema; o por lo menos un día entre libro y libro, para que nuestro cerebro disponga de un margen para responder a sus estímulos, de forma que combinemos la lectura pasiva con la reflexión activa sobre lo que leemos. Leer sin pensar en lo que leemos es como jugar una partida de ajedrez donde solo se mueven las piezas del otro lado del tablero; la partida de verdad solo empieza cuando el lector se atreve a dudar o preguntarse sobre lo leído. Porque lo que leemos pertenece a otros, pero es nuestro lo que pensamos e imaginamos sobre lo leído. Llamo libro de cabecera al que me hace pensar mucho más tiempo del que invertí en su lectura estricta o en sus posteriores relecturas. Me sucede con Borges, Nietzsche, Cioran o Canetti que suelo pensar en sus libros mucho más tiempo del que invierto en leerlos, y eso que son de los que más leo.