EL PROBLEMA de esa maravilla llamada Montaigne radica en que el relativismo, con solo moverlo un centímetro, cae en la inacción, la comodidad o la cobardía. El propio Montaigne dejó un triste ejemplo de ese riesgo al huir de Burdeos una vez que se desató la peste, ¡siendo él su alcalde!, y no contestando a los requerimientos de su corporación municipal, que decidió finalmente destituirlo. Sobre los peligros del “En la duda, abstente”, lema acuñado por aquel sabio perigordino, ya alertó Brecht en su poema Loa a la duda, del que copio el fragmento que se refiere a ello:
Frente a los irreflexivos, que nunca dudan,
están los reflexivos, que nunca actúan.
No dudan para llegar a la decisión, sino
para eludir la decisión. Las cabezas
sólo las utilizan para sacudirlas. Con aire grave
advierten contra el agua a los pasajeros de naves hundiéndose.
Bajo el hacha del asesino,
se preguntan si acaso el asesino no es un hombre también.
Tras observar, refunfuñando,
que el asunto no está del todo claro, se van a la cama.
Su actividad consiste en vacilar.
Su frase favorita es: «No está listo para sentencia.»