EL PROBLEMA endémico de la poesía en español es el idioma, que es duro, áspero, tan poco maleable que el 95% de la tradición consta de poetas que escriben contra el idioma, que se inventan un idiolecto lleno de palabras y usos que nunca verás utilizar en la calle o en tu casa: no es casual que Lorca tuviera que cumplir 30 años para atreverse a escribir "barro" en vez de "limo", o que Jorge Guillén se pasara un mes completo pensando en si debía introducir la palabra "nieto" en sus poemas (le parecía demasiado prosaico). Cuando los poetas "abrazan" el idioma, caso de Parra, Lizano, Fuertes o Celaya, el resultado queda chabacano; cuando escriben en contra, en cambio, el resultado es perfecto pero artificial. En el idioma inglés no sucede eso; la tradición coloquial anglosajona es mucho más larga y "suena bien", porque el idioma inglés es más propicio y musical, tiene una gran cantidad de palabras-palillo, llenas de esguinces o diptongos, frente a la cantidad de palabras-cascote del español. ¿Cómo es que los ingleses ya escribían en coloquial con Wordsworth y en cambio los españoles no descubren este registro hasta 1947 con el Celaya de Tranquilamente hablando? La respuesta la encuentro en el instinto de sonido de los poetas en español, que rechazan escribir en coloquial porque el idioma que hablan nuestros padres les hace daño a los oídos. La solución a este callejón sin salida no la veo clara y urge encontrarla, porque condena a la poesía en castellano a producir poetas bonitos y de plástico en lugar de feroces y de carne y hueso, que además, cuando surgen, son de una ordinariez desoladora.