LOS HAY que murieron luchando contra las vanguardias. Tengo un libro titulado Las mil mejores poesías de la lengua castellana, probablemente la antología más famosa o al menos con más pedigree que existe en lengua española, pues lleva 99 ediciones desde 1928, cuyo compilador es Juan Bautista Bergua, que era un hombre negado para comprender toda innovación. En el prólogo a su crestomatía habla primero de su divertida discordancia con Juan Ramón Jiménez:
Cuando publicamos la primera edición de estas "Mil mejores poesías", insertamos en ella unas cuantas que, en efecto, creímos que no podían faltar de Juan Ramón Jiménez. Pues bien, a poco, una tarde se presentó en nuestra librería y en modo alguno contento me dijo que por qué habíamos insertado las poesías que habíamos puesto. Que eran muy malas. Que lamentaba incluso haberlas escrito. Que si rehacíamos la edición él nos indicaría las que debíamos poner. Y, en fin, que estaba recogiendo, y era verdad, cuantos ejemplares encontraba de sus primeros libros para destruirlos, pues poesía, verdadera poesía, era tan solo lo que entonces hacía. Y, en efecto, así ocurrió; en la segunda edición, para complacerle, tuvimos que poner las que él quiso. Cuando ya no pudo regañarme por haber ido al Parnaso, volví a las andadas. Y en las ediciones posteriores figuran seis poesías de las malas para él y buenas para mí, y dos de las malas para mí y buenas para él.
Tiene razón Juan Ramón Jiménez: su única poesía respetable es la que empieza con Diario de un poeta recién casado. A Bergua le gustaban más los poemas insufribles de su época modernista, ¡ya hay que tener valor! Pero ojo que Bergua dice a continuación una más gorda: sostiene que el poema Nueva York (Oficina y denuncia) y supongo que todos los poemas de Poeta en Nueva York... ¡Lorca los escribió en broma, para reírse de las extravagancias de las vanguardias! Dice así, atención porque es imposible leer sin aguantar la risa:
Por entonces fue cuando uno de los grandes poetas que había en España, Federico García Lorca, adivinando que la poesía se encaminaba por derroteros de extravagancia, escribió para burlarse, sin decirlo, y tal vez a modo de disimulada alarma, esa composición admirable como propósito y perfecta en cuanto a su total insensatez buscada, a la que puso por título New York. Pero, claro, no fue escuchado, pues la poesía se resbalaba por la pendiente de la decadencia, por la que caían de cabeza todas las manifestaciones del arte; pendiente donde era muy difícil detenerse, tanto más cuanto que al final de la cómoda caída estaba la gloria y el dinero. Ejemplo admirable (y que naturalmente fue admirada sin comprender su verdadera intención) esta poesía de García Lorca, y prueba evidente de cómo un hombre de talento es capaz de burlarse de lo que solo burlas merece.