SI EXISTE algo que distingue a la literatura antigua de la que comenzó con Flaubert/Mallarmé, es la superconciencia artística. No es que los escritores antiguos escribieran sin aparato crítico, pero ese aparato era de una sencillez maravillosa comparado con el galimatías filosófico con el que se pertrecha el escritor de hoy. Los extremos a que se ha llegado son tan cómicos que el poeta soviético Eugene Evtuchenko, en su día, llegó a decir que justificar los poemas era tan importante como escribirlos. Paralelo a esta superconciencia, ha sobrevenido un aumento de la importancia de los críticos, que utilizan a menudo una jerga ampulosa, laberíntica, tan oscuros como Heráclito pero sin su talento. Ante esta situación se levantó en su día uno de los más grandes críticos, George Steiner, que dice esto en una entrevista que concedió a Juan Cruz en 2008:
GEORGE STEINER: Es un trabajo muy hermoso ser profesor, ser el que entrega las cartas, aunque no las escriba. Mis colegas detestan escuchar eso. ¡La vanidad de los académicos es enorme! Derrida dijo que toda la literatura, hasta la más grande, es un mero pretexto. ¡Al infierno con Derrida! Shakespeare no es un pretexto, Beckett no es un pretexto, no lo es Neruda, no lo es Lorca.
JUAN CRUZ: Se enfada usted con Derrida.
GEORGE STEINER: Lo del pretexto es un chiste de mal gusto. Somos los carteros y somos importantes. Los escritores nos necesitan para llegar a su público. Es una función muy importante, pero no es lo mismo que crear.