SIEMPRE ME ha parecido que la alta literatura tiende a ser una desvitalización, una deshumanización, una masturbación palabrera, una rendición a la autonomía lingüistica. Mi primer enfrentamiento serio con la literatura fue Flaubert: después de enamorarme sucesivamente de Chateaubriand, Balzac, Stendhal, Hugo, Lamartine, Daudet y Maupassant, pues fueron autores franceses del siglo XIX los que me inocularon la pasión por la lectura, di con Madame Bovary... y me estrellé. Todavía sigo pensando que no fue por mi culpa: ¡mira que tiene poca alma Flaubert a la hora de escribir novelas! Al contrario que sus cartas a Louise Colet, por cierto, que están llenas de vida y son un monumento del género. Dicen Fernando Savater y Sara Torres en Aquí viven leones que Flaubert quería escribir un libro sobre "nada", proyecto que a él le parecería apasionante y a mí no:
Para Flaubert lo importante era el estilo, la materia verbal bien manejada. “Todo el talento de escribir no consiste a fin de cuentas más que en la elección de palabras”, le confiesa en una carta a Louise Colet. De ahí que su mayor ambición fuese llegar a escribir un libro que tratase de “nada”, cuyo argumento fuese su propio despliegue de nombres, verbos, adjetivos, etc., dispuestos de tal modo que cada uno fuese intocable, necesario, que no se pudiera alterar ni una coma del conjunto. Pero ¡qué inmenso esfuerzo, qué largo camino de correcciones y dudas hasta alcanzar esa perfección inmutable!