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LAS DOS escuelas que ilustran hasta qué punto de excelencia (y decadencia) llegó la filosofía en la antigüedad grecolatina son la de los sofistas y los escépticos, tan sorprendentes porque agotan la propia esencia del pensar y ya-no-quieren-tener-razón. Los sofistas porque ya saben que de cualquier valor se puede defender su antivalor; los escépticos porque sufren la erosión causada por un largo debate y se dan cuenta de que la verdad está cubierta por una niebla muy densa. El problema de sofistas y escépticos es que están en lo cierto pero su estar-en-lo-cierto no sirve para vivir ni crea felicidad pública, sino que a menudo te da razones para la melancolía y la visita al vaso de cianuro.