729


UNO DE los misterios igual no tan misteriosos del mundo pirata es que a la muerte de Francisco Umbral, en 2007, las páginas de descarga pirata de libros se inundaron de obras de este autor, hasta el punto de que yo, que en mis tiempos de acumuladora irreflexiva de libros llegué a sumar en papel 76 de Umbral, logrados a menudo pagando sobreprecios por ellos en librerías de viejo, porque en mi juventud este estilista fue uno de mis autores favoritos, de pronto me encontré con ¡ochenta y nueve umbrales! en las páginas pirata, además de otras siete biografías o estudios sobre él. Ahora bien, ¿cómo puede ser que páginas de pirateo creadas en el siglo XXI ofrezcan en epub libros de Umbral inencontrables, algunos de la década de los sesenta y setenta, como “Días sin escuela”, “Retrato de un joven malvado”, “Los políticos”, “España como invento” o “Diario de un español cansado”, que jamás encontré a lo largo de los años ni en las librerías de viejo más grandes de Madrid? La única explicación que le doy es que la propia María España, mujer de Umbral y albacea de su obra (u otra persona cercana a él), filtrara esos libros a las páginas pirata, como es costumbre para reflotar a autores venidos a menos. Lo que se agradece, desde luego.

Umbral dominó la escena literaria española gracias a una columna diaria de opinión, que llevó desde 1976 hasta 2007, primero en El País y después en El Mundo, con una estancia mínima en ABC: en esa columna ecléctica y egomaníaca hablaba con un lenguaje deslumbrante lo mismo de Pitita Ridruejo que de Felipe González o de su gata Loewe. Después de su muerte es lógico que su obra se haya desvanecido un poco, salvo Mortal y Rosa (que no es, ni de lejos, su mejor obra), pero Umbral cuenta con lo mismo que tienen Pizarnik o Cortázar: es un autor que genera vicio. Hace unos diez años creí que había renunciado a él, pero me sorprendo de vez en cuando volviendo a sus libros, lo que prueba que su veneno continúa. Si necesito dejarlo pero no lo consigo, ¿no será que igual no lo necesito tanto? Y además, ¿qué otro autor español o panhispánico no oculta su ego sino que presume, y presume a unos extremos a los que solo llega él?