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EL LIRISMO que surge de las emociones que generan los momentos críticos de la existencia es sin duda la nota que más valoro en un diario, pero no la única. Si así fuera, Francisco Umbral sería el mejor diarista del mundo. ¿Por qué Umbral, que leía tanto el diario de Gide, que se parecía a veces a Gide, que entra oblicuamente al folio como Gide, no consiguió ser Gide? La diferencia es la veracidad y la humanidad: mientras Gide entra al folio valiente, dispuesto a desangrarse de mil maneras ante el lector, dejando un reguero de verdad que zarandea e impresiona, Umbral es un cínico que solo cree en la prosa de arte y que parece que escribe para hacer dedos o para coleccionar boutades. Mientras las breverías que le suceden a Gide trascienden, Umbral las convierte en chismes; mientras Gide es de una generosidad tremenda y hasta le cuenta al lector sus impulsos pedófilos, Umbral conserva zonas ciegas en su confesionalismo, por ejemplo su mujer y su no-padre (él mismo decía que Cela le había enseñado que “de la familia no se debe hablar nunca”). De vez en cuando le visitan el rencor y la envidia, que en su caso eran muy grandes, e incurre en algunas páginas de humanidad verdadera, pero son momentos aislados y logrados a pesar de sí mismo, cuando se olvida de su proyecto meramente estético. También consigue alguna cota de verdad cuando se le murió el hijo o, en los últimos años (Un ser de lejanías), cuando empezó a asustarle la llegada de la muerte.

En definitiva: la sola inteligencia (Piglia) no me basta para ser diarista; el solo lirismo (Umbral) no me es suficiente; y tampoco la mera veracidad (Kerouac) o el solo carácter singular (Léautaud): mi diarista perfecto es valiente, veraz, culto, lírico y singular (Gide y Virginia Woolf).