ALGUNA VEZ me he preguntado, por la cantidad de anécdotas literarias que he vertido en la red desde 2007, si no seré yo como aquel Dídimo al que denuncia Séneca en la epístola 88 de Epístolas morales a Lucilio:
El excesivo afán de cultura y erudición hace a los hombres pedantes, verbosos, importunos, pagados de sí mismos y no aprendedores de las cosas necesarias por haberse aprendido las superfluas. Cuatro mil libros aseguran que escribió el gramático Dídimo: con que tantísimas futilidades las hubiese solamente leído, ya sería para tenerle lástima. Porque en esos libros se pregunta por la patria de Homero, por la verdadera madre de Eneas, si Anacreonte fue o no más libidinoso que borracho, si Safo fue o no mujer pública, y otras muchas cosas que, si las supieses, deberías más bien desaprenderlas.