LLEVO SEMANAS releyendo cada día una o dos cartas de las Epístolas morales a Lucilio, de Séneca, libro que leí por primera vez hace diez años y que ya voy terminando. Séneca es un escritor de verdad grande, poseedor de una prosa poderosa, cuajada de destellos y frases afortunadas (creo que es el primer escritor célebre que se encargó él mismo de hacer compilaciones de los mejores aforismos de sus obras), además de un dramaturgo infravalorado, pero como filósofo es un rigorista y un pelma, de esos que piensan que la sabiduría consiste en acumular noes, razón por la que me es difícil leer muchas de sus epístolas seguidas sin ponerme de mal café. A Séneca le parece mal que llores, que estés triste, que estés eufórico, que odies, que no tengas autocontrol, que no tengas voluntad, que hables mucho, que leas libros por divertirte, que leas demasiados libros, que te entregues al placer..., es un autor que esconde un cura debajo del filósofo (con razón el cristianismo se apropió de su obra). Pero mira por dónde que hoy he obtenido mi pequeña venganza. Huyendo de Séneca, he comenzado a leer La cultura de la contracultura, de Alan Watts, y al de poco me encuentro con este fragmento donde el orientalista inglés, sin pretenderlo, hace una condena absoluta de la filosofía de Séneca:
Lo más problemático para el occidental no son tanto sus luchas contra las otras personas como sus luchas contra sus propios sentimientos, contra lo que se va o no se va a permitir sentir. Se avergüenza de sentirse profundamente triste. Llorar no es de hombres. Se siente avergonzado de aborrecer a alguien porque le han dicho que no tenía que odiar a nadie. Se avergüenza de rendirse ante la belleza —ya sea de un paisaje natural o de un miembro del sexo opuesto— porque rendirse significa estar fuera de control. A raíz de esta represión acaba perdiendo su salud mental. Siempre estamos fuera de control cuando no aceptamos nuestros sentimientos, cuando intentamos hacer que nuestra vida interior sea distinta de lo que es.