SE RÍE Gombrowicz en sus Diarios de la multiplicación de "genios" literarios que experimentó cada país desde que surgió el estado-nación. Eso también lo denunció Juan Benet: desde que el estado descubrió las ventajas uniformadoras y anestesiantes de la escuela obligatoria, lucir un buen ramillete de escritores XXL es tan importante para un país como contar con un buen ejército o una buena armada. Y si no se tienen, se inventan. A partir del siglo XIX (ya es curioso y revelador que sea rarísimo encontrar manuales de literatura nacional anteriores a ese siglo), todos los países se dieron a la tarea de encontrar escritores entre los matorrales sin guardar el mínimo sentido del ridículo. Mientras Voltaire y Rousseau fueron perseguidos durante el siglo XVIII, dos siglos después el general De Gaulle se negaba a encarcelar a Sartre, que se había ofrecido voluntario a llevar maletas de armas a los insurgentes argelinos, "porque Sartre es La France". Convertida la literatura en la puta de las naciones, los escritores imprescindibles se multiplican por diez en la edad moderna: ¡cada nación de repente tiene cincuenta, cien genios de las letras por siglo, qué maravilla! Pero a la hora de disimular la trampa, algunos países tienen más dificultades que otros: es el caso de España. Sucede que el castellano disfrutó en su siglo de oro de una de las mejores literaturas del mundo, para algunos la mejor de todas, pero entre los siglos XIX y XX (AQUÍ), en cambio...