YA ES desgracia que la mayoría de santos o sabios o reformadores del mundo suelan aparecer en el mundo predicando el menos, no el más; el ayuno, no los alimentos; la castidad, no el sexo libre; la prudencia, no la valentía. Por fortuna, descubro que Anton Chéjov, que fue presa de la filosofía llena de noes de Tolstói, al final se dio cuenta. Escribe a Alekséi Suvorin en 1894:
La filosofía tolstoiana me ha afectado profundamente y me ha dominado durante seis o siete años; lo que más influía en mí no eran las tesis fundamentales de Tolstói, que ya conocía de antaño, sino su modo de exponerlas, sus razonamientos, y, probablemente, una especie de hipnotismo. Pero ahora algo protesta en mi interior; un razonamiento imparcial me dice que hay más amor por la humanidad en la electricidad y la máquina de vapor que en la castidad y en la abstención de comer carne. La guerra y los tribunales son un mal, pero de ahí no se deriva que yo tenga que andar con chanclos y dormir sobre una estufa junto a un trabajador y su mujer.