QUE ALGUNOS utilicemos los libros para evadirnos de la realidad no significa que estén concebidos para eso. La mayoría de los libros, al contrario, están tan arraigados en lo real que a menudo funcionan como una escuela de la crueldad: uno entra en sus páginas lleno de ensoñaciones y ellos te devuelven con un uppercut a la dura realidad. Aunque hay excepciones. Mario Vargas Llosa se tuvo que ir hasta Góngora, según cuenta en su libro de memorias El pez en el agua, para aislarse de todos los decibelios que le generaba la campaña presidencial en el Perú, allá por 1990. Cuenta el maestro de Arequipa que Góngora cumplió su cometido, pero ¿cuántos autores existen en la literatura como Góngora, que hacen arte sin tocar el suelo?