EN Leyendo y escribiendo, Julien Gracq propone esto con lo que estoy tan de acuerdo: enseñar obras literarias, no autores:
El autor es valorado por el común denominador de todos sus libros, y a esta presión de una idea preconcebida cedemos sin siquiera darnos cuenta. Si se me pregunta, responderé sin siquiera reflexionar "me gusta Balzac". Si me pregunto más estrictamente acerca de mi verdadera inclinación, constato que vuelvo a coger y releo sin cansarme Béatrix y Los chuanes, a veces El lirio o Séraphita. Los otros libros de Balzac, en caso de volver a abrirlos, solo dan lugar muy a menudo a una ratificación en el afecto algo imprecisa: el placer, ampliamente ordenado por una exaltación universal, que ellos procuran, es el que podía procurarme en realidad otros quince o veinte novelistas. [...] En casi todos los escritores, ser "amados" significa en realidad que, de su sustancia, que desearon tan indivisible como incorruptible, el lector más fanático -traicionándolos profundamente- tira tanto, o más, de lo que conserva. ¿Y si los manuales de literatura que se enseñan en los liceos estuvieran basados en adelante en los libros y las obras y no en los autores? Una historia de la literatura, contrariamente a la historia a secas, no debería incluir más que nombres de victorias, puesto que las derrotas no son una victoria para nadie.