TENGO LA sospecha de que Borges era un pelma de mucho cuidado. Recuérdese que durante la primera mitad de siglo los libros del maestro argentino no generaban dinero suficiente y hasta 1955 no fue nombrado director de la Biblioteca Nacional, por lo que se ganaba la vida dando conferencias literarias, lo que desarrolló más si cabe su faceta de ensayista sabihondo. Por otra parte, Borges padece de rarezas neorrabiosas: él también tiene miedo de penetrar a las mujeres, producto de un trauma juvenil, y de su fracaso sexual con ellas se deriva más soledad, lo que deriva a su vez en más lecturas y más pelmacismo. Para muestra un botón. La revista El Hogar preguntó una vez a varios escritores argentinos por su cuento favorito, pero Borges no consiguió responder sin dar este rodeo:
Me piden el cuento más memorable de cuantos he leído. Pienso en “El escarabajo de oro” de Poe, en “Los expulsados de Poker-Flat”, de Bret Harte; en “El corazón de las tinieblas”, de Conrad; en “El Jardinero”, de Kipling –o en “La mejor historia del mundo”–; en “Bola de sebo”, de Maupassant; en “La pata de mono”, de Jacobs; en “El dios de los gongs”, de Chesterton. Pienso en el relato del ciego Abdula en “Las mil y una noches”, en O. Henry y en el infante don Juan Manuel, en otros nombres evidentes e ilustres. Elijo, sin embargo, en gracia de su poca notoriedad y de su valor indudable, el relato alucinatorio “Donde su fuego nunca se apaga”, de May Sinclair.Recuérdese la pobreza de los infiernos que han elaborado los teólogos y que los poetas han repetido; léase después este cuento.