ESTA ANÉCDOTA literaria es de las mejores que he leído nunca. La cuenta Emmanuel Roblès en Camus, hermano de sol. Para mí ilustra la diferencia entre una rebeldía alegre y creativa, pero a veces pura fachada, la representada por André Breton, y una rebeldía honda, ilustrada, humanista, con hueso, la representada por Albert Camus, que a mi parecer es una de las personas más completas que ha pisado este planeta:

Una mañana Camus me llama por teléfono

 —Te vas a reír. Ven antes de las doce, si estás libre en mi despacho. Después iremos a comer juntos.

Acudo a la cita. Y poco después de reunirme con Camus, la encargada de recepción anuncia al abogado Fulano de Tal. Yo asisto por tanto a la entrevista. Se trata del abogado defensor de André Breton.

Camus, con ironía, pregunta:

—¿Es él quien le envía?
—Él mismo.
—¿Y qué quiere de mí?

El abogado replica sin apuro:

—El señor André Breton, en el transcurso de una visita a una gruta en algún lugar de Auvergne, protestó ante el vigilante afirmando que todas las pinturas prehistóricas que se ofrecían a los curiosos no eran más que reproducciones fraudulentas, y para demostrarlo, con un gesto rápido, borró con los dedos la cola de un mamut. Furioso, el vigilante le dio una palmada en el brazo y lo denunció. ¡Los expertos han confirmado la autenticidad de esta figura! Así que, señor Camus, el señor Breton puede ser condenado por un tribunal correccional. Y vengo por tanto a solicitar su firma para una petición de clemencia al tribunal, petición que ya ha sido firmada por otros escritores.

Esta vez, Camus se muestra francamente divertido:

—¿Clemencia, señor abogado?
—¡Para el señor André Breton la condena supondría la pérdida de sus derechos civiles!
—¿Qué significa eso?
—Por ejemplo: perder el derecho al voto y también a la concesión de un pasaporte.
—¡Ah, señor abogado, efectivamente es muy grave! Firmaré con mucho gusto.

El abogado se retira, satisfecho.

—Ves cómo son —me dice Camus—. Quieren pasar por contestatarios y se comportan como cualquier pequeño burgués.