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¡COTILLA NIVEL Dios! He adquirido el libro de Julia Urquidi, Lo que Varguitas no dijo, que escribió la ex esposa de Vargas Llosa para contestar a La tía Julia y el escribidor. Ya en el prólogo la autora denuncia intentos de silenciarla:
No han sido pocas las dificultades que he tenido que vencer para que este libro salga a la luz, desde la amenaza velada —a través de terceras personas— hasta el querer silenciarme —con malas artes— con la compra de originales por una suma que no era de dejar pasar. Hay algo que olvidaron quienes trataron de hacerlo (además de bloquearme varias editoriales): mi conciencia, mi honestidad, mi reivindicación e integridad de mujer no están a la venta.
La utilización inescrupulosa de lo confesional es uno de los puntos débiles del maestro peruano. Escribe en el prólogo de La verdad de las mentiras:
¿Qué quiere decir que una novela siempre miente? No lo que creyeron los oficiales y cadetes del Colegio Militar Leoncio Prado, donde —en apariencia, al menos— sucede mi primera novela, La ciudad y los perros, que quemaron el libro acusándolo de calumnioso a la institución. Ni lo que pensó mi primera mujer al leer otra de mis novelas, La tía Julia y el escribidor, y que, sintiéndose inexactamente retratada en ella, ha publicado luego un libro que pretende restaurar la verdad alterada por la ficción. Desde luego que en ambas historias hay más invenciones, tergiversaciones y exageraciones que recuerdos y que, al escribirlas, nunca pretendí ser anecdóticamente fiel a unos hechos y personas anteriores y ajenos a la novela. En ambos casos, como en todo lo que he escrito, partí de algunas experiencias aún vivas en mi memoria y estimulantes para mi imaginación y fantaseé algo que refleja de manera muy infiel esos materiales de trabajo. No se escriben novelas para contar la vida sino para transformarla, añadiéndole algo.
Esta es una explicación muy pobre que se salta los derechos de las víctimas; parece decirnos Vargas Llosa que familiares, amigos o conocidos son simples cobayas que se pueden utilizar a conveniencia para crear obras maestras. Como estoy haciendo literatura, nos viene a decir con desfachatez, no tienes razón en enfadarte porque no te estoy copiando al ciento por ciento (pero el pícaro titula el libro con el nombre real de su ex, Julia, que además era su tía, pues Vargas Llosa se casaba con los familiares, como después se casó con su prima hermana Patricia).

Ya es casualidad que no solo Julia Urquidi se enfadara, sino que cuarenta años después también lo hiciera Isabel Preysler, cuando Vargas Llosa volvió a las andadas y escribió un relato, Los vientos, con referencias casi navajeras contra la pobre Isabel, mujer por la que dejó a Patricia:
Todas las noches, parece mentira, desde que cometí la locura de abandonar a mi mujer, pienso en ella y me asaltan los remordimientos. Creo que solo una cosa hice mal en la vida: abandonar a Carmencita por una mujer que no valía la pena.
Ya me olvidé del nombre de aquella mujer por la que abandoné a Carmencita; volverá a mi memoria, sin duda, aunque, si no volviera, tampoco me importaría. Nunca la quise. Fue un enamoramiento violento y pasajero, una de esas locuras que revientan una vida.
Pero lo que más crispó a Isabel Preysler y le hizo cortar toda relación con el Nobel (ya estaban separados), es que el autor, una vez concluido el cuento, regresó a él e introdujo dos referencias ofensivas contra Tamara Falcó, la hija de Isabel...

Vaya, vaya con don Mario, el que se pasó la vida diciendo que “solo trataba de hacer literatura”.