AL HILO de esto me viene a la cabeza Neruda. No sé en qué biografía leí que una de las razones por las que Neruda celebraba la existencia del Partido Comunista, aparte de la ideología compartida, es que odiaba formarse una opinión o tomar decisiones: de ahí que encontrara un gran descanso en que el Partido pensara y decidiera por él. Esto no habla muy bien de Neruda, pero le comprendo al dedillo porque a mí me pasa lo mismo. Recuerdo el estado de felicidad irresponsable en que vivía yo con Iratxe, que era una persona de verdad, esto es, una persona con carácter que tomaba decisiones todos los días, las mías y las de ella. Fue dejarme Iratxe y caer de inmediato al precipicio del ahora-tendré-que-tomar-decisiones-por-mí-mismo, cuya consecuencia principal es que me he convertido en un ermitaño, un ser cobarde que siempre elige el camino fácil de aislarse para evitar las curvas y aristas de los enjambres humanos. Suerte tuvo Neruda de guarecerse en el Partido Comunista toda la vida; a mí, en cambio, no me ha ido nada bien con la sociedad desde que desapareció mi Partido Comunista, desde que se fue Iratxe.