EL ESTADO necesita la literatura para que te identifiques con él. Para que sepas a qué redil perteneces. Y para que te identifiques, no le sirve tanto La Celestina como Luces de bohemia, no le sirve tanto la prosa del Lazarillo como la de Galdós, no tanto las coplas de Manrique como los versos de Miguel Hernández, porque las obras antiguas están escritas en un español antiguo, a veces dificultoso, firmadas a menudo por autores que hoy serían considerados como misóginos, islamófobos o antisemitas, autores que se movían en un ambiente hiperreligioso, muy distinto al actual, y daban mucha importancia a cuestiones como el honor, la limpieza de sangre, la nobleza de nacimiento o la divinidad del Rey. Han conseguido salvar a Cervantes para la modernidad gracias a toneladas de propaganda y gracias a que Cervantes era un raro espíritu tolerante, pero lo habitual es justo lo contrario: cuanto más contemporánea es una obra, más cercana la siente el lector. ¿Que Alberti, un poeta menor, nos viene mejor que Quevedo, un gigante, para que el ciudadano interiorice LO NUESTRO? ¿Que Lorca, un autor folclórico, nos viene mejor que Lope de Vega, un monstruo incomparable, para poner a la población en filas? Pues bienvenidos sean los autores pirenaicos del siglo XIX y XX antes que los himalayas del siglo XVI y XVII: así funciona la literatura desde que la traicionaron y la pusieron al servicio de la nación.