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UNA DE mis anécdotas históricas favoritas es la de Alejandro Magno, de visita a la tumba de Aquiles, cuando rompe a llorar al darse cuenta de que Aquiles había contado con grandes poetas para cantar sus hazañas, mientras él solo contaba con el mediocre Quérilo de Samos. Alejandro disponía de buenos historiadores a su servicio, pero no le parecía suficiente: para asegurarse la posteridad quería grandes poetas. Un ejemplo más de cómo el poder solo se acerca a la poesía con intenciones de propaganda.