SIGUIENDO ESTA línea de poco fondo, Samuel Johnson decía que le encantaba leer poemas, “pero que casi nunca los terminaba”; Montaigne confesaba que nunca leía más de una hora en cada sentada; Gil de Biedma que nunca leía más de “25 minutos” de poemas al día y el propio Borges que nunca se leyó un libro de principio a fin “salvo la Historia de la Filosofía Occidental de Bertrand Russell”.